Por Juan José Santillán

Discípulo de Jerzy Grotowski, creador de la Antropología teatral y reconocido como uno de los directores y teóricos teatrales más importantes del mundo, está en Buenos Aires para dar un seminario y presentar tres de sus obras con la actriz Julia Varley. Aquí habla del rol de la compañía que fundó hace 42 años y dice que el secreto de la vigencia es la capacidad de entrega.

En el castillo medieval de Kronborg en Elsinor, Dinamarca, el Odin Teatret presentó en agosto uno de sus últimos y más ambiciosos espectáculos: Ur-Hamlet. Al aire libre, 107 actores de diferentes regiones del mundo participaron del proyecto dirigido por Eugenio Barba, basado en textos del danés Saxo Grammaticus. Estos escritos fueron la protohistoria de lo que, años después, sería el Hamlet de William Shakespeare. Ur- Hamlet es la cruda argamasa del clásico. Para dar cuenta de eso, Barba— discípulo de Jerzey Grotowski, creador de la Antropología teatral y reconocido como uno de los directores y teóricos teatrales más importantes del mundo— copó Elsinor y dio forma a un espectáculo que, en plena representación, alteraba radicalmente la linealidad de sentido.

A poco de transcurrir la obra, con el espectador asentado en una trama que discurría sobre las vicisitudes de Hamlet, cincuenta actores y músicos de India, Africa y Asia usurparon el espacio. Los extranjeros se filtraban entre el público y tomaban el escenario para crear otro espectáculo. De modo que Hamlet lidió sus decisiones al vértice de bodas o funerales indios, africanos. En esa tensión, la historia se diluía por intervenciones intempestivas de extranjeros que no sólo traían sus rituales, sino también la peste a una sociedad ya enferma de antemano.

Eugenio Barba (Gallipoli, Italia, 1936) —que llegó a Buenos Aires convocado por el Grupo El Séptimo para dar un seminario y presentar tres trabajos junto a la actriz Julia Varley— realizó Ur-Hamlet con el eco de las últimas barricadas de jóvenes inmigrantes en París. "A menudo —dice—, en los últimos treinta años de fundamentalismo nacionalista europeo se habla del extranjero como peste. Sufrí esa humillación de ser inmigrante italiano durante la posguerra y esa experiencia sobre la inmigración marcó mi modo de ser y pensar".

El director dejó Italia a los 17 años primero para ser soldador y marino en Noruega; luego para estudiar dirección en Varsovia y convertirse en discípulo y principal divulgador de la obra del director polaco Jerzey Grotowski, quien le llevaba sólo tres años de edad. "Lo conocí—recuerda— en el momento en que se convirtió desde su pequeña sala en uno de los grandes profetas del teatro. El encuentro con una personalidad tan fuerte es decisivo en la vida, porque te hace descubrir fuerzas que sólo son tuyas. De ese modo, el encuentro con un maestro puede ser un camino para transitar o sólo un momento donde uno queda detenido. Aprendí los tiempos de experimentación que Grotowski se tomaba para cada obra. También el modo de crear un trabajo subterráneo que nos permitió mantener nuestros propios ritmos, tiempos y valores, y que se acepten no como una secta sino como una realidad artística. Por eso, el arma más importante para ganar prestigio fue imponer nuestra diversidad".

Tiempo después, en 1964, el Odin Teatret nace a partir de una necesidad. Ese año, en Noruega, Barba convoca actores rechazados de academias oficiales de teatro. Arma un pequeño grupo, ensayan rigurosamente su primer trabajo, Ornitofilene, en refugios antiaéreos de Oslo y crean una pedagogía acorde a la búsqueda particular de cada actor. Luego se mudan a Holstebro, una pequeña localidad danesa, que los alberga. "Nuestra problemática—dice— fue cómo aprender a ser actor, ya que nos habían rechazado porque no teníamos talento ni capacidades. Cuando nos trasladamos a Dinamarca la mayoría de los actores perdió su idioma. Entonces debimos inventar el modo de comunicarnos con el espectador a través de experiencias sensoriales que cada actor podía crear a partir de la voz, los movimientos, las posturas. Nos empezaron a ver como un grupo que hacía su propia experiencia y lograba una identidad, no nacional porque éramos una especie de Legión Extranjera, sino una identidad autónoma de todo lo que pasaba alrededor nuestro, inclusive, en el teatro".

En Holstebro, con la inclusión de técnicas de teatro Kathakali y otras recursos orientales, los integrantes del Odin transitan, ante todo, una experiencia sobre el desarraigo y la condición ambulante ligada a una disciplina teatral. En 1980, Barba funda la Escuela Internacional de Antropología Teatral y el prestigio del grupo quedó internacionalmente solidificado. Viajan por el mundo, realizan "trueques" con el fin de armar vínculos en distintos lugares sin tradición teatral. Maduran como una voz desde los confines de Dinamarca. A todo esto, Odin es el nombre de un dios de la mitología escandinava; una deidad oscura emparentada a la furia del mar y a la sabiduría de dar luz a través de la oscuridad. Odin Gate, también es el nombre de una calle nórdica. En el cruce de ambos significados surge el nombre del grupo que ya tiene 42 años de historia.

Usted realizó muchos "terremotos" dentro del grupo. En 1969 bordearon el éxito en París con la obra "Ferai" pero disolvió rápidamente ese elenco. ¿Esos movimientos fueron claves para la permanencia del Odin?

Claro. En aquél entonces éramos un pequeño grupo perdido en un pueblo danés que de golpe se volvió famoso. Pero las consecuencias eran nefastas, tuve que encontrar una forma en que la efímera celebridad no destruya la solidez de algunos valores que crearon la consistencia de nuestras relaciones. De ocho integrantes que arrancamos quedamos tres y las condiciones de trabajo fueron más duras. Esos "terremotos" fueron cambios muy profundos que permitieron al Odin sobrevivir frente a un teatro que se volvía cada vez más "inteligente" y perdía todo lo que en el pasado tenía de blasfemia.

¿Qué lo sorprende después de haber transitado tantos procesos con el grupo tanto interna como externamente?

Ver cómo mis compañeros, creadores del Odin, continúan con esa capacidad de entrega. También la vitalidad con que se acercan al Odin jóvenes de veinte años que hacen su trabajos con una lógica nueva. Creo que eso es porque mantuvimos nuestro espíritu de Dingos (perros salvajes australianos), no nos han domesticado. Por la edad no podemos hacer giras espartanas, muchos de mis actores se han lesionado pero eso limita el cuerpo, no la actitud.