Por Fernando Zabala


El espectador de teatro es un sujeto que asiste a las representaciones por distintas motivaciones, muy distintas al de un espectador de cine que quiere ver efectos especiales. El espectador teatral, quiere ver a los actores muy cerca suyo, casi como si le contaran una historia sencilla o compleja en sus oídos.
No se trata de instruir al espectador como dice Ana Ubersfeld, si no por el contrario, para crear y estimular su placer, sus capacidades imaginarias. Este espectador es un estupendo receptor de imágenes y discursos que se combinan con las textualidades que intervienen en el espectáculo.

El espectador ya es un ser pensado desde el dramaturgo que concibe una obra teatral para su destinatario más próximo que es aquel quien será testigo de su creación. La preparación del espectador para ir al teatro es interesante, es como tener una predisposición a ingresar a una historia sin estar en una butaca comiendo palomitas de maíz.

La actividad del espectador es muy grande, sobre todo en aquellas obras teatrales en donde la escenografía no existe, o en donde los espacios están fuera de todo espacio escénico y debe construirlos con su propia creación, es decir, que llamamos a un creador más en ese caso.

El espectador es más que un seguidor de una historia que se cuenta en el escenario, se vuelve un memorizador de los distintos sucesos de la obra, haciendo o elaborando conjeturas para poder no solo comprender la historia, si no también para ser un analista de lo que se narra en escena.

La percepción del espectador no es un elemento ajeno en su acto de creación, como así también es un constructor de su pasado, revisando su historia personal, poniéndola a prueba o comparándola en una suerte de catarsis si las hay, con el espectáculo teatral que sigue de principio a fin.

El espectador responde a lo que los actores proponen, son como un eco constante si su intervención, como es el caso del teatro para chicos, es de suma importancia. Hay una lección que el espectador recibe en la sala, pero no es una lección impuesta, si no una lección necesaria a modo de reflexión que el espectador teatral tendrá como otras de las tantas funciones.

El trabajo en el teatro es una recepción abierta hecha por el espectador, que en ausencia de este, no podría haber teatro alguno. El espectador siempre debe estar invitado a participar no solo desde las actividades explicitas de animación por parte de los actores en conversación con este, si no en cuanto a los diversos elementos de producción de sentido.

Si bien las imágenes están impuestas por el director o el escenógrafo, el gesto también conduce al ojo del espectador, los sonidos y todos los signos en la escena preparan esa ambientación casi perfecta para que el espectador caiga en la trampa de saber que no esta en una sala si no en el espacio en donde el director lo ha querido llevar.